Aquella noche fui a tomar algo a un bar. A primera vista el bar estaba cerrado, pero con algo de pericia y habilidad gimnástica, se podía entrar pasando medio agachado y oblicuamente rozando la cintura contra una cinta y la pared. Una vez me decidí a entrar, lo hice a ritmo de un "¿Te decides a entrar?" de un portero ya bien entrado en años. El abr, que parecía un pequeño bar de mala muerte del Bronx neoyorquino, en el que solo suele haber un cliente y el dueño, se fue llenando conforme fue pasando la noche. Llegaron dos chicas jóvenes que se sentaron en la barra junto a mi. Mientras miraba el dinero que llevaba en la cartera para pagar oía por esa inercia por la que un tronco se deja arrastrar corriente abajo, la conversación de las chicas: "¡Qué bien lo pasamos ayer!" y la otra respondía "¡lo pasamos de carallo!". Me eché a reír y entablamos conversación de la tradicional frase del emigrante gallego "¿sois gallegas?". A partir de ahí todo fue saliendo perfectamente como una rueda de nieve colina abajo. Cuando me di cuenta, estábamos hablando con la jefa del bar que también hacía de camarera y que, como no podía ser de otra manera, era de Xinzo de Limia. A mi lado a pie de suelo y a modo de decorado habían tres pierrots de mayor a menor hechos de cartón blanco. Aquella imagen era de un absurdo que a la vez me asustaba y me atraía, igual que aquella morena con piel de melocotón, ojos pícaros y mirada sensual. Aquella chica era de una belleza callada, fugitiva de este mundo de mentiras, su cara irradiaba una luz color esperanza, sus senos firmes daban forma a un vestido blanco con flores estampadas a tonos rosados y antes de llegar a las rodillas se transparentaban las piernas.
"Sabes, si quisieras lo
podríamos pasar muy bien" dijo ella.
Nervioso, sin saber qué decir
seguí"... pues no sé a qué te refieres..."
"Venga, no te hagas el
tonto, que sabes a qué me refiero" respondió ella.
Me la quedé mirando fijamente y
sin mediar palabra, nos levantamos a la vez de nuestros asientos y nos fundimos
apasionadamente en un beso color de amanecer. Allí perdimos la noción del
tiempo hasta que los aplausos, vítores, bromas y comentarios de los demás
clientes del bar nos hicieron volver a la realidad. Después de besarnos
estuvimos jugueteando, acariciándonos hasta que abrí los ojos y me desperté una
mañana de sábado en mi habitación escribiendo esta visión onírica en tiempos de
crisis.
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