El socialismo no es sólo la cuestión obrera o del denominado cuarto estado,
sino que es, ante todo, la cuestión del ateísmo, de la plasmación moderna del
ateísmo, es la cuestión de la Torre de Babel que se construye precisamente sin
Dios no para alcanzar los cielos desde la tierra, sino para hacer bajar los
cielos a tierra. Existe una terrible escisión en la conciencia de los
individuos; la creación del Estado laico, que surge en oposición a la autoridad
eclesiástica, ha lanzado a Europa a una crisis: la desunión entre el
pensamiento y la conciencia. Según Antonio Gramsci, esta unidad existe sólo en
el Estado Alemán que nace de una crisis religiosa, la Reforma protestante, y se
consolida y se fortalece mediante un lento trabajo del pensamiento filosófico, aboliendo
todo dualismo y situando en la conciencia individual el factor de conocimiento
y de la actividad creativa de la historia, independientemente de toda
autoridad. Esta secularización del cristianismo se manifiesta en la negación
del Dios trascendente en favor de un Dios inmanente al mundo y a la historia,
así como en la divinización de la Humanidad transformada en sujeto absoluto
capacitado, sin las antinomias kantianas ya, para acceder al saber absoluto que
contiene el fin de la Historia. Ya hacia 1760 hay en Alemania un sólido
movimiento de renovación de la conciencia literaria, que atiende a la
filosofía, busca la raíz étnica e incluso nacional de las nuevas impresiones y
se preocupa por la definición de la sublime. El público era el nuevo dictador y
ya no valían mecenazgos a las capillas indulgentes. Beethoven lo supo bien
cuando, acompañando a Goethe, se negó a inclinarse ante los de duques de Weimar
y permaneció ceñudo y de pie mientras el mayor escritor de Europa hacía una
reverencia cortesana. Esta proclamación de la libertad política, empero, divide
la humanidad en dos partes desiguales: los actores que como a Napoleón todo les
es permitido y para los cuales no vale la restricción moral alguna, y el
material humano, carne de cañón, destinado a trabajar, a reproducirse y a
servir, a la mayor parte de la humanidad, de territorio e instrumento para
exhibir sus capacidades. Según Dostoievsky, esto se debe a que ya no existe
nada que obligue a los hombres a amar a sus semejantes, que no existe ninguna ley
natural que lleve al hombre a amar a la humanidad, y que si hasta ahora ha
habido amor en la tierra es debido a que la gente creía en la inmortalidad. Si
se extirpa en el hombre la fe en su inmortalidad, entonces ya nada será
inmoral, todo estará permitido. No hay virtud si no hay inmortalidad. De esta
manera, los crímenes de Napoleón, Hitler y Stalin, el egoísmo racional, hasta
llegar al crimen, no sólo ha de considerarse lícito para el hombre, sino que
incluso ha de ser reconocido como salida necesaria, la más razonable y poco
menos que la más noble en esa situación. De esta manera se hace Real con
repercusiones prácticas e históricas la separación entre pensamiento y
conciencia, porque no hay nada más seductor para el hombre que la libertad de
su conciencia pero no hay tampoco nada más atormentador. En lugar de la firme y
antigua ley, el hombre, de corazón libre, tenía que decidir en adelante dónde
estaba el bien y dónde estaba el mal, sin tener otra cosa, que los grandes
héroes o criminales de la historia para guiarse. Para Sartre tenía razón
Dostoievski: “Si Dios no existiera, todo
estaría permitido”. Pero Sartre invierte el valor de esta frase porque
nuestra angustia proviene de ahí: el hombre está condenado a ser libre, a
crearse en cada acto, responsabilidad que no puede achacar a Dios. El hombre
sólo es su realización “nada más que su
vida”. El hombre es acción. El destino del hombre está en él mismo, en la
elección de la libertad como fundamento de sus valores. La autenticidad del
hombre radica en la continua trascendencia del hombre en los demás hombres, en
tener que proyectarse “fuera de sí”.
La distinción moderna entre pensamiento y conciencia lleva al hombre, según
Sartre, a asomarse a la cotidianeidad y es ahí cuando la suciedad del mundo y las
vacilanciones de la existencia le asaltan entrándole ganas de vomitar, la
náusea. La Nada es constitutiva del Ser. ¿Razón
Ilustrada? ¡Que interroguen a los
millones de muertos gloriosamente en las trincheras de la primera y segunda
guerra mundial! La razón se disuelve en el Todo, llámese Estado,
proletariado o cristianismo mundano. Con la desaparición de lo
individual-concreto, se hace obvio que es la propia existencia la que queda
aplanada, nivelada por la esencia. Tanto el Estado, el concepto general abstracto
como el cristianismo nivelan la existencia. El Estado como
administrador-nivelador de la existencia reducida a espíritu de la época;
nivelación que llega a invalidar el perfil propio de cada momento del pasado
bajo la omniabarcante Razón universal. El concepto general abstracto del
proletariado como agente epistemológico del cambio, del triunfo de la abstracción
sobre la realidad empírica de la existencia. La igualación cristiana de la
mundanización del “prójimo”. EL pensamiento dialéctico, aunque puede ayudar a
señalar la peculiar inmoralidad de nuestro tiempo, consiste en el goce sin
límites del hombre-mujer individual. En medio del júbilo de nuestra época
resuena el sonido de una gritada a voces: jouissance
por el ser humano, en la importancia dada a la generación domina la jouissance respecto al hombre. Todo,
todo cuanto queremos ser, se quiere defender apelándose al punto de vista
ahistórico-concreto y a la fenomenología de lo inmediato: todo el mundo quiere
ser un hombre-mujer-lgtbi individual y existente. Desde este ángulo, el devenir
se convierte en un acúmulo de experiencias líquidas, insubstanciosas moralmente
y que se manifiestan en una hiperbolización de la libertad “I want it all” gritan las masas sin
voluntad de seguir las instituciones del matrimonio, de la hipoteca y de la
monogamia, deseando no ser juzgadas por ello. A desire without bonds or limits, todo es sobre placer y
abundancia. Este “Geist”, “generación” o “época” encubre la falsificación de la
esencia colectiva de la existencia, de construir juntos un proyecto social, un
contrato social, que deviene como placer atomizado. Una pluralización producida
tanto por la filosofía asistemática posmoderna como por la no alternativa a la
economía de mercado y que ha traducido socialmente el “Dios ha muerto” de
Nietzsche haciendo imposible saber en qué consiste la unicidad e igualdad del
mundo. Se pasa de una modernidad estable traducido socialmente en el Estado del
Bienestar (estable, repetitiva) a una líquida (flexible, voluble), en la que
las estructuras sociales ya no perduran en el tiempo lo necesario para
solidificarse y no sirven de marcos de referencia para los actos humanos. Esta
incertidumbre también se debe a la separación de poder y política; el
debilitamiento de los sistemas de seguridad que protegían al individuo, o la
renuncia al pensamiento dialéctico y a la planificación a largo plazo. Del
miedo a establecer relaciones duraderas más allá de las meras conexiones; de la
solidaridad que parece depender de los beneficios que genera; del amor al
prójimo, uno de los fundamentos de la vida civilizada y de la moral y de los
diversos proyectos para deshumanizar a los refugiados, a los marginados, a los
pobres. Lo que define nuestras vidas es la precariedad y la incertidumbre
constantes. Y el motivo de preocupación que más obstinadamente nos apremia es
el temor a que nos sorprendan desprevenidos, a no ser capaces de ponernos al
día de unos acontecimientos que se mueven a un ritmo vertiginoso, a pasar por
alto las fechas de caducidad, y vernos obligados a cargar con bienes u objetos
inservibles, a no captar el momento en que se hace perentorio un cambio de
enfoque y quedar relegados.
así, dada la velocidad de los cambios, la vida consiste hoy en una serie
(posiblemente infinita) de nuevos comienzos… pero también de incesantes
finales. Ello explica que en nuestras vidas resulte abrumadora la preocupación
por los finales rápidos e indoloros a falta de los cuales los comienzos serian
indispensables. Entre las artes del vivir llíquido moderno y las habilidades
necesarias para ponerlas en práctica, librarse de las cosas cobra prioridad
sobre adquirrirlas. Cada vez estamos más destinados a no ser, a que nuestras
posesiones, nuestros valores, nuestras actitudes, se esscapen entre los dedos
como agua. Nos hablamos en unos tiempos en los que el concepto de Verdad
filosófico no es patrimonio ni de la Iglesia, ni del Estado, ni del Partido. Para hablar hoy de Verdad
filosófica hay que entender, al igual que Arendt, lña Pluralidad como condición
básica para la acci´´on como para el discurso. Arendt subraya que todos somos
iguales y diferentes, que la pluralidad humana es a paradójica pluralidad de
los seres únicos. La hybris ya no se encuentra fuera del Estado,k o de la
Iglesia o del partido, sino que se ha inmanentizado e internalizado el problema
del mal al localizarlo no fuera sino dentro de la propia facultad de la
Voluntad. La hybris es una escisión de la Voluntad. El “yo quiere” y “no
quiere” que tiene su final en el amor según Arendt, hoy se ha malinterpretado
como culto al sexo, y se manifiesta en prácticas sociales como el poliamor o la
monogamia temporal (sucesión de varias parejas encadenadas en el tiempo).
Arendt se pregunta “¿Por qué quiso Dios hacer al hombre “en el tiempo”?” No sólo
es una criatura que vive en el tiempo sino que esencialmente es temporal.
Porque ya no se cree, como decía Dostoyeevski, en la inmortalidad. Frente a la
vida como repetición (monogamia, hipoteca…), la vida como jouissance (secuencia
de experiencias, parejas, coches de renting…) la vida como proyecto y fin en sí
mismo. Esto contradice lo que argumentaba Arendt de que frente a la vida como
repetición, la vida como creación, de que el Hombre-Mujer fue creado en los
ingular y para propagarse a partir de individuos. Arendt hacía énfasis en el
futuro, como horizonte, porque con nuestras palabras entrelazamos el pasado con
lo porvenir. La facultad de hacer promesas, la memoria de la Voluntad, es la
acción presente que pone en diálogo el pasado con el futuro sin que el hilo de
la vida se rompa. Hoy en día nuestra generación, nuestro Geist tiene una concepción
del futuro basada en un trabajo, fuente de realización, y en aventuras de todo
tipo para el disfrute de las cuales, tanto el matrimonio, la monogamia, el pago
de una hipoteca son barreras. Hay un sentido de la responsabilidad a nivel
colectivo a nivel de planeta, de vivir en un planeta con recursos limitados y
cuya contaminación nos lleva a la autodestrucción como planeta. En cambio, la
baja natalidad no se ve como un problema social, en tanto y en cuánto no se
plantea como un problema de viabilidad de sistema de pensiones. Es como si el
Ser cuyo a priori existencial de su
realidad en el mundo que es garantizada
por la presencia de los demás, necesitara permanentemente ser reafirmada. Pues aunque
es cierta la segura inseguridad de la fragilidad de los asuntos humanos, los
hombres nacemos no arrojados al mundo para vivir y disfrutar experiencias
sexuales, turísticas… si no en medio del mundo, hay una objetiva realidad
humana de cosas en las que ya estamos cuando venimos al mundo, desde el
lenguaje a las instituciones pasando por nuestra personal vida cotidiana. Vivimos
sumergidos en una trama narrativa en la que la pluralidad de experiencias, sin
contacto con el concepto concreto-universal de Verdad o Razón Universal y
alejados de las instituciones como el matrimonio, monogamia, partido, estado,
iglesia…. (que son vividas como antinomias kantianas). Nos encontramos ante un
ser temporal, un ser-con pluralidad de experiencias coleccionables y perennes
ilimitadas, la ultraespecialización, la superficilidad, sin pararse a pensar en
la vida buena. Nos falta una mirada sinóptica, con Platón, que combata la
barbarie del especialismo, nos falta una mirada de conjunto. En este sentido el
ecologismo supone asumir los límites de la acción humana. De combatir la
tecnolatría en el pensar que una pastilla o un botón en un teléfono móvil puede
resolver nuestros problemas culturales. La raíz de nuestros problemas no son
problemas técnicos o económicos, son problemas sociopolíticos y culturales y
morales. Y ahí esa necesidad de una ecosofía, de asumir que somos seres con límites,
sexuados, que somos seres sociales con una sociabilidad muy complicada, que
somos animales, que vivimos en la biosfera con otros animales, que somos
interdependientes y ecodependientes. Toda esa labor de asumir límites va en
contra de la cultura actual dominante euro-US de que no hay límites, “I want it all”, el cielo es tu límite,
puedes llegar a donde quieras, puedes ser los que te apetezca, y te vamos a
ayudar a ello con todo tipo de mecanismos tecnológicos y de terapias. Hay que
tener presente una ética universalista de la compasión, para pasar de una moral
de proximidad a una de larga distancia.
Necesitamos otras herramientas morales y políticas, una moral de larga
distancia de acogida de extranjeros… hay
una crisis de deberes ante el prójimo, hemos construido una indiferencia que es
un lubricante del sistema actual, el contrato de indiferencia-mutuo, un sistema
perverso, y hay que ser capaces de ir más allá y desarrollar una visión
objetiva y explicativa para ver dónde estamos en qué mundo vivimos, no
autoengañarnos, en no mentirnos a nosotros mismos ya que esto lleva a no poder
distinguir ninguna verdad ni en su fuero interno ni en su alrededor, que
dejemos de respetarnos a nosotros mismos y de respetar a los otros. No
respetando a nadie, ya no se puede amar, y al no tener amor, para ocuparse en
algo y entretenerse, se entrega a las bajas pasiones y a los placeres groseros,
llega hasta a la bestialidad en sus vicios. Nietzsche se preguntaba cuánta
verdad somos capaces de soportar, y parece que es poca. Sabiendo que este es
nuestro punto de partido estamos obligados a esa mirada objetiva aunque los resultados
puedan ser descorazonadores. En un segundo momento, tendremos que ver de qué
recursos disponemos para hacer frente al cambio climático, población humana muy
extensa, límite de recursos naturales… la ética de una vida mejor como
aspiración básica, entra en confrontación con la ética de la vida buena.
Deseos, caprichos, apetitos entran dentro de la vida mejor sobre la base de las
necesidades básicas, potencialmente sin límites. Con esa disposición individual
engrana muy bien el mecanismo de la acumulación de Capital que nos lleva a
chocar con los límites de la biosfera. Y necesitamos volver a la filosofía de
los límites. La cultura dominante desconoce los límites, personaliza la hybris
decir más allá de lo que sería debido a los seres humanos. Somos la excepción
cultural que aunque minoritarias, somos los lazos rojo-verde-violetas que
permiten orientarse en el laberinto de Ariadna. Uno de esos hilos es el problema
de Pascal refiriéndose a que la mayoría de problemas del mundo proviene de que
no somos capaces de estar tranquilos con nosotros mismos en nuestra habitación
debido a la hiperestimulación a la que estamos sometidos en nuestras
sociedades. Nos dic que es complicado estar a solas con nosotros mismos, a
hacer algo productivo con el aburrimiento, el no necesitar emprender grandes
viajes exteriores y en lugar de eso explorar los paisajes interiores de los
seres humanos. Este es un hilo culturalmente muy importante porque todo empuja
a la acumulación de experiencias, las 1001 películas, libros, viajes… que hay
que ver antes de morir. Con esa idea acumulativa de experiencias que lleva a
perderse en esa búsqueda sin fin, sin posibilidad de vivir casi nada. Frente a
eso, la noción de ahí, de estar realmente donde estamos y hacer realmente lo
que hacemos, acompañar realmente a las personas que tenemos cerca. “¡Ahí!”.
Saber estar en nosotros mismos, en la habitación de Pascal. La esperanza es el
único lenguaje activo y la única ilusión de ser transformada en movimiento. Y
debemos asegurarnos, nosotros mismos socialistas, que esta esperanza no es
candor. Somos una cultura que ha desarrollado la individualidad mucho más de lo
que lo han hecho otras culturas, que eso por el lado bueno significa autonomía,
pensar con la propia cabeza. Por el lado malo, nos lleva a la voluntad de
dominación, ese anomismo que se pierde en esa búsqueda interminable de goces y
que nos lleva a un desastre. Hay que trabajar sobre eso. Trabaja sobre el
vínculo social que nos permita construir formas de individualidad y de
comunidad mucho menos disfuncionales. Bajo las flores del cerezo, nadie es
extraño.
0 comentarios:
Publicar un comentario