lunes, 5 de julio de 2021

 


El socialismo no es sólo la cuestión obrera o del denominado cuarto estado, sino que es, ante todo, la cuestión del ateísmo, de la plasmación moderna del ateísmo, es la cuestión de la Torre de Babel que se construye precisamente sin Dios no para alcanzar los cielos desde la tierra, sino para hacer bajar los cielos a tierra. Existe una terrible escisión en la conciencia de los individuos; la creación del Estado laico, que surge en oposición a la autoridad eclesiástica, ha lanzado a Europa a una crisis: la desunión entre el pensamiento y la conciencia. Según Antonio Gramsci, esta unidad existe sólo en el Estado Alemán que nace de una crisis religiosa, la Reforma protestante, y se consolida y se fortalece mediante un lento trabajo del pensamiento filosófico, aboliendo todo dualismo y situando en la conciencia individual el factor de conocimiento y de la actividad creativa de la historia, independientemente de toda autoridad. Esta secularización del cristianismo se manifiesta en la negación del Dios trascendente en favor de un Dios inmanente al mundo y a la historia, así como en la divinización de la Humanidad transformada en sujeto absoluto capacitado, sin las antinomias kantianas ya, para acceder al saber absoluto que contiene el fin de la Historia. Ya hacia 1760 hay en Alemania un sólido movimiento de renovación de la conciencia literaria, que atiende a la filosofía, busca la raíz étnica e incluso nacional de las nuevas impresiones y se preocupa por la definición de la sublime. El público era el nuevo dictador y ya no valían mecenazgos a las capillas indulgentes. Beethoven lo supo bien cuando, acompañando a Goethe, se negó a inclinarse ante los de duques de Weimar y permaneció ceñudo y de pie mientras el mayor escritor de Europa hacía una reverencia cortesana. Esta proclamación de la libertad política, empero, divide la humanidad en dos partes desiguales: los actores que como a Napoleón todo les es permitido y para los cuales no vale la restricción moral alguna, y el material humano, carne de cañón, destinado a trabajar, a reproducirse y a servir, a la mayor parte de la humanidad, de territorio e instrumento para exhibir sus capacidades. Según Dostoievsky, esto se debe a que ya no existe nada que obligue a los hombres a amar a sus semejantes, que no existe ninguna ley natural que lleve al hombre a amar a la humanidad, y que si hasta ahora ha habido amor en la tierra es debido a que la gente creía en la inmortalidad. Si se extirpa en el hombre la fe en su inmortalidad, entonces ya nada será inmoral, todo estará permitido. No hay virtud si no hay inmortalidad. De esta manera, los crímenes de Napoleón, Hitler y Stalin, el egoísmo racional, hasta llegar al crimen, no sólo ha de considerarse lícito para el hombre, sino que incluso ha de ser reconocido como salida necesaria, la más razonable y poco menos que la más noble en esa situación. De esta manera se hace Real con repercusiones prácticas e históricas la separación entre pensamiento y conciencia, porque no hay nada más seductor para el hombre que la libertad de su conciencia pero no hay tampoco nada más atormentador. En lugar de la firme y antigua ley, el hombre, de corazón libre, tenía que decidir en adelante dónde estaba el bien y dónde estaba el mal, sin tener otra cosa, que los grandes héroes o criminales de la historia para guiarse. Para Sartre tenía razón Dostoievski: “Si Dios no existiera, todo estaría permitido”. Pero Sartre invierte el valor de esta frase porque nuestra angustia proviene de ahí: el hombre está condenado a ser libre, a crearse en cada acto, responsabilidad que no puede achacar a Dios. El hombre sólo es su realización “nada más que su vida”. El hombre es acción. El destino del hombre está en él mismo, en la elección de la libertad como fundamento de sus valores. La autenticidad del hombre radica en la continua trascendencia del hombre en los demás hombres, en tener que proyectarse “fuera de sí”.

La distinción moderna entre pensamiento y conciencia lleva al hombre, según Sartre, a asomarse a la cotidianeidad y es ahí cuando la suciedad del mundo y las vacilanciones de la existencia le asaltan entrándole ganas de vomitar, la náusea. La Nada es constitutiva del Ser. ¿Razón Ilustrada? ¡Que interroguen a los millones de muertos gloriosamente en las trincheras de la primera y segunda guerra mundial! La razón se disuelve en el Todo, llámese Estado, proletariado o cristianismo mundano. Con la desaparición de lo individual-concreto, se hace obvio que es la propia existencia la que queda aplanada, nivelada por la esencia. Tanto el Estado, el concepto general abstracto como el cristianismo nivelan la existencia. El Estado como administrador-nivelador de la existencia reducida a espíritu de la época; nivelación que llega a invalidar el perfil propio de cada momento del pasado bajo la omniabarcante Razón universal. El concepto general abstracto del proletariado como agente epistemológico del cambio, del triunfo de la abstracción sobre la realidad empírica de la existencia. La igualación cristiana de la mundanización del “prójimo”. EL pensamiento dialéctico, aunque puede ayudar a señalar la peculiar inmoralidad de nuestro tiempo, consiste en el goce sin límites del hombre-mujer individual. En medio del júbilo de nuestra época resuena el sonido de una gritada a voces: jouissance por el ser humano, en la importancia dada a la generación domina la jouissance respecto al hombre. Todo, todo cuanto queremos ser, se quiere defender apelándose al punto de vista ahistórico-concreto y a la fenomenología de lo inmediato: todo el mundo quiere ser un hombre-mujer-lgtbi individual y existente. Desde este ángulo, el devenir se convierte en un acúmulo de experiencias líquidas, insubstanciosas moralmente y que se manifiestan en una hiperbolización de la libertad “I want it all” gritan las masas sin voluntad de seguir las instituciones del matrimonio, de la hipoteca y de la monogamia, deseando no ser juzgadas por ello. A desire without bonds or limits, todo es sobre placer y abundancia. Este “Geist”, “generación” o “época” encubre la falsificación de la esencia colectiva de la existencia, de construir juntos un proyecto social, un contrato social, que deviene como placer atomizado. Una pluralización producida tanto por la filosofía asistemática posmoderna como por la no alternativa a la economía de mercado y que ha traducido socialmente el “Dios ha muerto” de Nietzsche haciendo imposible saber en qué consiste la unicidad e igualdad del mundo. Se pasa de una modernidad estable traducido socialmente en el Estado del Bienestar (estable, repetitiva) a una líquida (flexible, voluble), en la que las estructuras sociales ya no perduran en el tiempo lo necesario para solidificarse y no sirven de marcos de referencia para los actos humanos. Esta incertidumbre también se debe a la separación de poder y política; el debilitamiento de los sistemas de seguridad que protegían al individuo, o la renuncia al pensamiento dialéctico y a la planificación a largo plazo. Del miedo a establecer relaciones duraderas más allá de las meras conexiones; de la solidaridad que parece depender de los beneficios que genera; del amor al prójimo, uno de los fundamentos de la vida civilizada y de la moral y de los diversos proyectos para deshumanizar a los refugiados, a los marginados, a los pobres. Lo que define nuestras vidas es la precariedad y la incertidumbre constantes. Y el motivo de preocupación que más obstinadamente nos apremia es el temor a que nos sorprendan desprevenidos, a no ser capaces de ponernos al día de unos acontecimientos que se mueven a un ritmo vertiginoso, a pasar por alto las fechas de caducidad, y vernos obligados a cargar con bienes u objetos inservibles, a no captar el momento en que se hace perentorio un cambio de enfoque y quedar relegados.

así, dada la velocidad de los cambios, la vida consiste hoy en una serie (posiblemente infinita) de nuevos comienzos… pero también de incesantes finales. Ello explica que en nuestras vidas resulte abrumadora la preocupación por los finales rápidos e indoloros a falta de los cuales los comienzos serian indispensables. Entre las artes del vivir llíquido moderno y las habilidades necesarias para ponerlas en práctica, librarse de las cosas cobra prioridad sobre adquirrirlas. Cada vez estamos más destinados a no ser, a que nuestras posesiones, nuestros valores, nuestras actitudes, se esscapen entre los dedos como agua. Nos hablamos en unos tiempos en los que el concepto de Verdad filosófico no es patrimonio ni de la Iglesia, ni del Estado,  ni del Partido. Para hablar hoy de Verdad filosófica hay que entender, al igual que Arendt, lña Pluralidad como condición básica para la acci´´on como para el discurso. Arendt subraya que todos somos iguales y diferentes, que la pluralidad humana es a paradójica pluralidad de los seres únicos. La hybris ya no se encuentra fuera del Estado,k o de la Iglesia o del partido, sino que se ha inmanentizado e internalizado el problema del mal al localizarlo no fuera sino dentro de la propia facultad de la Voluntad. La hybris es una escisión de la Voluntad. El “yo quiere” y “no quiere” que tiene su final en el amor según Arendt, hoy se ha malinterpretado como culto al sexo, y se manifiesta en prácticas sociales como el poliamor o la monogamia temporal (sucesión de varias parejas encadenadas en el tiempo). Arendt se pregunta “¿Por qué quiso Dios hacer al hombre “en el tiempo”?” No sólo es una criatura que vive en el tiempo sino que esencialmente es temporal. Porque ya no se cree, como decía Dostoyeevski, en la inmortalidad. Frente a la vida como repetición (monogamia, hipoteca…), la vida como jouissance (secuencia de experiencias, parejas, coches de renting…) la vida como proyecto y fin en sí mismo. Esto contradice lo que argumentaba Arendt de que frente a la vida como repetición, la vida como creación, de que el Hombre-Mujer fue creado en los ingular y para propagarse a partir de individuos. Arendt hacía énfasis en el futuro, como horizonte, porque con nuestras palabras entrelazamos el pasado con lo porvenir. La facultad de hacer promesas, la memoria de la Voluntad, es la acción presente que pone en diálogo el pasado con el futuro sin que el hilo de la vida se rompa. Hoy en día nuestra generación, nuestro Geist tiene una concepción del futuro basada en un trabajo, fuente de realización, y en aventuras de todo tipo para el disfrute de las cuales, tanto el matrimonio, la monogamia, el pago de una hipoteca son barreras. Hay un sentido de la responsabilidad a nivel colectivo a nivel de planeta, de vivir en un planeta con recursos limitados y cuya contaminación nos lleva a la autodestrucción como planeta. En cambio, la baja natalidad no se ve como un problema social, en tanto y en cuánto no se plantea como un problema de viabilidad de sistema de pensiones. Es como si el Ser cuyo a priori existencial  de su realidad en el mundo que es  garantizada por la presencia de los demás, necesitara permanentemente ser reafirmada. Pues aunque es cierta la segura inseguridad de la fragilidad de los asuntos humanos, los hombres nacemos no arrojados al mundo para vivir y disfrutar experiencias sexuales, turísticas… si no en medio del mundo, hay una objetiva realidad humana de cosas en las que ya estamos cuando venimos al mundo, desde el lenguaje a las instituciones pasando por nuestra personal vida cotidiana. Vivimos sumergidos en una trama narrativa en la que la pluralidad de experiencias, sin contacto con el concepto concreto-universal de Verdad o Razón Universal y alejados de las instituciones como el matrimonio, monogamia, partido, estado, iglesia…. (que son vividas como antinomias kantianas). Nos encontramos ante un ser temporal, un ser-con pluralidad de experiencias coleccionables y perennes ilimitadas, la ultraespecialización, la superficilidad, sin pararse a pensar en la vida buena. Nos falta una mirada sinóptica, con Platón, que combata la barbarie del especialismo, nos falta una mirada de conjunto. En este sentido el ecologismo supone asumir los límites de la acción humana. De combatir la tecnolatría en el pensar que una pastilla o un botón en un teléfono móvil puede resolver nuestros problemas culturales. La raíz de nuestros problemas no son problemas técnicos o económicos, son problemas sociopolíticos y culturales y morales. Y ahí esa necesidad de una ecosofía, de asumir que somos seres con límites, sexuados, que somos seres sociales con una sociabilidad muy complicada, que somos animales, que vivimos en la biosfera con otros animales, que somos interdependientes y ecodependientes. Toda esa labor de asumir límites va en contra de la cultura actual dominante euro-US de que no hay límites, “I want it all”, el cielo es tu límite, puedes llegar a donde quieras, puedes ser los que te apetezca, y te vamos a ayudar a ello con todo tipo de mecanismos tecnológicos y de terapias. Hay que tener presente una ética universalista de la compasión, para pasar de una moral de proximidad  a una de larga distancia. Necesitamos otras herramientas morales y políticas, una moral de larga distancia  de acogida de extranjeros… hay una crisis de deberes ante el prójimo, hemos construido una indiferencia que es un lubricante del sistema actual, el contrato de indiferencia-mutuo, un sistema perverso, y hay que ser capaces de ir más allá y desarrollar una visión objetiva y explicativa para ver dónde estamos en qué mundo vivimos, no autoengañarnos, en no mentirnos a nosotros mismos ya que esto lleva a no poder distinguir ninguna verdad ni en su fuero interno ni en su alrededor, que dejemos de respetarnos a nosotros mismos y de respetar a los otros. No respetando a nadie, ya no se puede amar, y al no tener amor, para ocuparse en algo y entretenerse, se entrega a las bajas pasiones y a los placeres groseros, llega hasta a la bestialidad en sus vicios. Nietzsche se preguntaba cuánta verdad somos capaces de soportar, y parece que es poca. Sabiendo que este es nuestro punto de partido estamos obligados a esa mirada objetiva aunque los resultados puedan ser descorazonadores. En un segundo momento, tendremos que ver de qué recursos disponemos para hacer frente al cambio climático, población humana muy extensa, límite de recursos naturales… la ética de una vida mejor como aspiración básica, entra en confrontación con la ética de la vida buena. Deseos, caprichos, apetitos entran dentro de la vida mejor sobre la base de las necesidades básicas, potencialmente sin límites. Con esa disposición individual engrana muy bien el mecanismo de la acumulación de Capital que nos lleva a chocar con los límites de la biosfera. Y necesitamos volver a la filosofía de los límites. La cultura dominante desconoce los límites, personaliza la hybris decir más allá de lo que sería debido a los seres humanos. Somos la excepción cultural que aunque minoritarias, somos los lazos rojo-verde-violetas que permiten orientarse en el laberinto de Ariadna. Uno de esos hilos es el problema de Pascal refiriéndose a que la mayoría de problemas del mundo proviene de que no somos capaces de estar tranquilos con nosotros mismos en nuestra habitación debido a la hiperestimulación a la que estamos sometidos en nuestras sociedades. Nos dic que es complicado estar a solas con nosotros mismos, a hacer algo productivo con el aburrimiento, el no necesitar emprender grandes viajes exteriores y en lugar de eso explorar los paisajes interiores de los seres humanos. Este es un hilo culturalmente muy importante porque todo empuja a la acumulación de experiencias, las 1001 películas, libros, viajes… que hay que ver antes de morir. Con esa idea acumulativa de experiencias que lleva a perderse en esa búsqueda sin fin, sin posibilidad de vivir casi nada. Frente a eso, la noción de ahí, de estar realmente donde estamos y hacer realmente lo que hacemos, acompañar realmente a las personas que tenemos cerca. “¡Ahí!”. Saber estar en nosotros mismos, en la habitación de Pascal. La esperanza es el único lenguaje activo y la única ilusión de ser transformada en movimiento. Y debemos asegurarnos, nosotros mismos socialistas, que esta esperanza no es candor. Somos una cultura que ha desarrollado la individualidad mucho más de lo que lo han hecho otras culturas, que eso por el lado bueno significa autonomía, pensar con la propia cabeza. Por el lado malo, nos lleva a la voluntad de dominación, ese anomismo que se pierde en esa búsqueda interminable de goces y que nos lleva a un desastre. Hay que trabajar sobre eso. Trabaja sobre el vínculo social que nos permita construir formas de individualidad y de comunidad mucho menos disfuncionales. Bajo las flores del cerezo, nadie es extraño.

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