sábado, 16 de julio de 2011



Estos días he estado ojeando otra vez las lecturas de Hanna Arendt sobre su concepto de Natalidad. Este concepto me resulta de gran interés porque enfatiza el quehacer cotidiano como un volver a nacer cada día, como un nuevo principio y comienzo cada dñia.

Me resulta muy interesante esta forma de ver el mundo ya que da pie a huir de fatalismos y coerciones estructurales y hace palpable esa capacidad de aportar algo nuevo cada día, algo puro, algo auténtico. Esta concepción subraya la capacidad del hombre para ser libre pero esa libertad merece un gran esfuerzo continuo y diario.

Arendt deriva su concepto de Natalidad de San Agustín y está muy ligada a su concepción del tiempo. Contrariamente a los versos machadianos de que "nuestras vidas son ríos que van a parar a la mar", Arendt subraya la vertiente positiva de la vida, la vida como un cielo en la tierra que solo es posible con nuestras acciones y actuaciones en el hacer cotidiano.

Arendt se malfiaba del marxismo no por cuestiones políticas sino porque el marxismo usa medios no adecuados para conseguir fines justos. De esta manera una vez se ha pasado el proceso se han pervertido los ideales justos por los que se luchaban. Así se podría hablar de los orígenes sociales del totalitarismo de los que habla en su obra. El "mal" esta inmerso en esas relaciones sociales cotidianas y está implementada por personas totalmente mundanas, personas corrientes que no se cuestionan que son ellos en último término quién deciden sobre su propia vida y sobre sus actos. Este es el caso del proceso Eichmann en el que un soldado alemán se justificaba ante el tribunal que lo juzgaba por crímenes de guerra bajo el pretexto de "Simplemente cumplía órdenes".

Esas personas corrientes, totalmente mundanas que no se cuestionan la coerción de las instituciones

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