sábado, 28 de diciembre de 2013

La Guerra de la Independencia (1808-1814) es uno de los momentos definitorios de la historia moderna de España debido al surgimiento de cuatro grandes agentes históricos y de dos bandos políticos centrales en el devenir del s.XIX y s.XX español. 



En un primer momento, hallamos una España clerical, absolutista y reaccionaria. Este bando no era ni mucho menos homogéneo. Unos propugnaban el despotismo ilustrado del siglo XVIII, mientras otros defendían una monarquía despojada del reformismo borbónico, que sólo será absoluta si permitiera a la Iglesia, aristocracia y otros estamentos el disfrute ilimitado de sus privilegios. 

En segundo lugar, dentro de los liberales así como en los militares se producen también luchas por la hegemonía. Dentro de los liberales hallamos el sector moderado compuesto por hombres bien asentados en la escala social merced a una combinación de prósperos antecedentes familiares y el éxito en la carrera de las armas, la administración, las profesiones liberales o los grandes negocios, que postulaban la protección de la propiedad, mantener el orden a todo precio, la potenciación de la centralización y el mantenimiento del poder en manos de hombres adinerados y educados, de cuya responsabilidad eran garantes los intereses que poseían en el conjunto de la sociedad. Los exaltados eran en cambio hombres que aún habían de asentarse, que no habían pasado de ser personajes de segunda fila en el mundo político liberal o no se habían beneficiado de las ventas de tierras de las desamortizaciones. Eran aspirantes públicos cuya búsqueda desesperada de ascenso y seguridad iba a contribuir a espolear el cambio político en España. Se apoderaron de los clubes políticos y destacaron en la milicia.


En tercer lugar, respecto a los militares, las guerras revolucionarias y napoleónicas habían dotado a España de un ejército profundamente politizado. Los intereses militares de casta, que se habían disfrazado de patriotismo, hasta el punto de creer que dichos intereses (orden, unidad política y primacía militar) eran paralelos a los de la nación, e incluso que eran los de la nación. Con el apoyo de parte de la prensa, generales como Palafox o Ballesteros, se encarnaron en el mesías militar pero en realidad se alzaban por intereses profesionales. Después del final de siglo XVIII y principio del s.XIX lleno de guerras contra Francia, Inglaterra y las colonias, España no podía sostener económicamente un contingente de 185.000 soldados. Además, el cuerpo de oficiales se había engrosado desproporcionadamente por la prodigalidad de las juntas provinciales, la creación de demasiados regimientos nuevos y las demandas de las guerrillas (los migueletes). Muchos oficiales se encontraron sin trabajo. Debido a la otorgación de destinos menores a personas como el general Lacy, relativamente joven, que junto con Francisco Milans del Bosch, se congeniaron con la burguesía para "pronunciarse". Así vemos como ante la falta de fuerza de la burguesía debido a la inmadurez del desarrollo de las fuerzas productivas, el ejército sirvió como correa de transmisión para introducir las reformas liberales apropiadas a cambio de puestos y destinos militares "apropiados" para los militares colaboradores. Así se repite en el s.XIX, militares descontentos por sus destinos que contactan y se unen con la fracción no hegemónica- liberales o conservadores dependiendo de la coyuntura -para conseguir mejores destinos. 

En cuarto lugar, un pueblo más radicalizado que se identificaba con los objetivos de la paz, el pan y el acceso a las tierras y eran hostiles tanto a la libertad de los liberales como al sistema fiscal del Antiguo Régimen. Estaba sujeto a manipulación por parte de los otros bandos debido al hecho histórico de una ausencia de iniciativa popular unitaria en el desarrollo de la historia española que fuera más allá de disturbios populares y masas enardecidas que saludaron a Fernando VII producto del soborno y la coacción, y una creencia vaga del rey deseado que solucionaría todos sus problemas. 

El pueblo español se encuentra excluido de la lucha por la hegemonía, exclusión no tanto física por las numerosas insurrecciones populares, como política. Es por esta razón que el s.XIX español estuvo caracterizado por "revoluciones pasivas", es decir, por la no-participación de las masas en lucha hegemónica sino por un tipo de acción política que solo compromete a las élites políticas, los grupos dirigentes y las fuerzas que aseguran la dirección de la acción excluyendo a la clase popular. La miseria general de la masa garantizaba que no se produciría una escasez de reclutas y las levas y la miseria engrosaban a su vez las filas de las guerrillas.

Estos disturbios y alzamientos espontáneos, esporádicos y desorganizados de las masas populares, implicaban un conjunto de restauraciones que integran exigencias de la base, o de expresiones tales como "restauraciones progresistas" o "revoluciones-restauradoras" o "revoluciones pasivas". Estas revoluciones pasivas es lo que José Bonaparte instauró en España que no fue una revolución popular sino la substitución de la corte borbónica por la bonapartista junto con la Carta de Bayona. Esta sustitución responde a dos principios de teoría gramsciana: 

1) ninguna formación social desaparece mientras las fuerzas productivas que se desarrollan en ella encuentran aún lugar para su movimiento progresivo ulteriorLa reforma fiscal de Martín de Garay introdujo en Diciembre de 1816 el impuesto sobre la renta y una mayor presión fiscal sobre la Iglesia y la nobleza. De esta manera, las Cortes de Cádiz habían ofrecido en la práctica muy poco al pueblo. En España mientras no cambiara el sistema feudal fiscal y se promulgase una reforma agraria que diese a los campesinos la propiedad de la tierra que trabajan no se podían desarrollar las fuerzas productivas. 

2) la sociedad  no se propone los objetivos para la solución de los cuales las condiciones necesarias, objetivas y subjetivas, aún no están maduras. Mientras la nobleza deseara la reducción del poder de la corona y la restauración de sus propios privilegios, la Iglesia quisiera recuperar su forma económica y política, la antigua burocracia esperara volver a ocupar sus cargos, los notables vascos quisieran la restauración de sus fueros, el ejército deseara recompensas y la masa ansiara el monarca deseado que lo salvase, mientras estos fueran los problemas políticos expuestos sobre la mesa, no se podría plantear acabar con las fuerzas productivas del Antiguo Régimen. 

Tanto los reaccionarios oficiales del ejército, varios sacerdotes, funcionarios, artesanos y hombres de negocios, así como los liberales, personas que ocupaban puestos anejos al comercio, la administración, las universidades y los órganos legislativos fueron ocupados por un número reducido de viejas familias poderosas y con éxito que frecuentemente tenían orígenes nobiliarios y poseían grandes extensiones de tierras, ejercían la revolución pasiva poniendo como dirigentes a militares a cambio de puestos oficiales para su camarilla. 

La lucha por la hegemonía tiene su campo enfrentado entre liberales y reaccionarios. Esto será una lucha que marcará todo el siglo XIX y que tendrá como árbitro al monarca, ya sea Borbón o de Saboya, y como dirigentes a los militares. 

De esta manera, tanto liberales como reaccionarios, dominaban sin dirigir, es decir, sin querer poner sus intereses y sus aspiraciones en juego con los otros grupos y buscan dominar sin dirigir. Buscaban imponer sus intereses y no sus personas. Por lo tanto necesitaban una fuerza que hiciera de árbitro, una fuerza nueva y extranjera a todo compromiso y presión como la monarquía borbónica. Los Borbones substituyen a los grupos sociales locales para llevar a cabo la renovación. De esta manera, los dos grupos, liberales y reaccionarios, se aseguran una función de dominación y no de dirección: dictadura sin hegemonía. La hegemonía será de una fracción del grupo sobre la totalidad y no la del grupo sobre otras fuerzas para radicalizar el movimiento según el modelo jacobino. 


El liberalismo español fue más bien un instrumento de la pequeña élite terrateniente que había monopolizado durante generaciones el comercio, la administración, las profesiones liberales y las instituciones locales de gobierno para preservar el orden social y monopolizar las insurrecciones populares, y adoptaron por consiguiente disposiciones políticas que excluían al grueso de la masa del proceso político, manteniéndola sujeta a gravámenes feudales y expuesto a alquileres abusivos y le impedían el acceso a las tierras de la Iglesia.

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